Recuerdo tu primer día del padre. No el momento, no por estar contigo que no sé ni dónde estaríamos, sino por la felicidad y emoción que sentí. Tu primer día del padre. Tú, que siempre quisiste serlo.
Tu primer día del padre
Recuerdo también el primer papá de tu hijo, o el que pronunció por primera vez delante tuya. Yo estaba allí, en la cocina del piso de la calle cruz. Alejandro comía. Y lo dijo. De nuevo mi corazón se iluminó de alegría. Tu hijo, sin saber qué estaba diciendo, o sabiéndolo (qué más da ya, qué más da todo ya), te ponía nombre. Eras papá. Ya siempre papá. Para siempre.
Cuando hablábamos decías que te llamaba el útero, que querías ser padre. Envidiabas mi condición de mujer cis, podía ser madre sin más. Sin el pack completo. Madre de gata y perro… No hizo falta útero gestante a fin de cuentas.
Veníamos de la educación del cachete, por llamarlo de alguna forma. Del hostión y de la zapatilla. De los gritos. Del esto es así porque yo lo digo. O porque lo digo yo. Del no razonar. Del imponer. Del imponer sin jamás nunca razonar. De los gritos. Y van dos veces. Aquí la tercera: de los gritos. Y tú… Tú conversabas, razonabas con tu criatura. La escuchabas. Fuiste papá creo que con algún año menos de los que tengo ahora, cabeza llena de pájaros. Quizá tal vez no ya. Escuchabas a tu hijo. Le hablabas. Y me encantaba. Los defensores de educaciones pretéritas, los adultocentristas educados en el mismo miedo que tú pero con diez años más que tú, se reían. Te criticaban. Deporte olímpico este del criticar (sin criterio). Pero a mí me gustaba. Dialogar. Luego nos sorprendemos cuando las criaturas crecen y no saben hablar. ¿Cómo es posible? ¿Te sentaste acaso alguna vez a charlar de igual a igual? Qué de cosas raras digo…
Lo dejaste todo por la paternidad. Tus sueños, tus escenarios, tus no echar raíces… Volar… Lo dejaste todo por ser padre. Padre de los que están. De los que no existen. O existen pocos. Padre de la definición que hemos encajado a presión en la palabra madre. Padre que cuida, padre que vela, padre que educa y enseña, padre que ayuda en los deberes y en la vida, padre jamás ausente, padre nunca distante, padre que no delega la crianza por ser cosa de mujeres. Un padre como deben ser los padres. Un padre feminista. Y sonrío, sonrío porque siempre estuviste ahí. Tan distinto a todo el mundo y tan tú. Tan poco de seguir corrientes…
Ahora hablo en femenino persona. Recuerdo la primera vez que escuché a alguien hacer lo mismo: tú. Hablabas de ti en femenino. Hace mucho tiempo, cuando eras más joven que yo ahora. Al preguntarte, extrañada, respondiste: soy una persona. Un montón de años después… Fíjate.
Tu actriz favorita en el mundo era Ingrid Bergman. Y ahí estaba siempre su foto. Ahora también. Ese pequeño recuerdo en la habitación donde podías tener tus libros y tus cosas dentro de una casa sin libros y sin cosas. Tu habitación propia. Y yo, yo sólo quiero estar en la misma dimensión en la que estás tú.