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Pedir perdón

Llevo varios días pensando, dando vueltas a este asunto. Y creo que debo decirlo. Mi Cabra Vegana no es el Mercadona ni El Corte Inglés. Jamás lo ha sido ni es algo que tenga en mente. Mi Cabra es una tienda, cierto. Y por lo tanto debe cumplir unos mínimos. Este mes está siendo una auténtica locura. No podéis imaginar cómo os lo agradezco. Las ventas online se han multiplicado. Las ventas en la tienda física se han multiplicado también. No hay espacio para guardar las cosas. Hay cajas en los rinconcitos esperando ser colocadas en el mismo momento en que compréis lo que hay en las estanterías. Tengo que preparar varias facturas de un montón de cestas navideñas… ¡nunca hay tiempo! Las transferencias a los proveedores que veo que me meten en asnef o aparece aquí el cobrador del frac… Son cosas que parece que se hacen en nada, pero sumad todos esos «nada» y dan como resultado el mogollón cabritil en que me encuentro. Y estoy cansada. Muy cansada.

Algunas de vosotras ya lo sabéis. Y lo sabéis porque habéis entrado en la tienda y me habéis visto llorando. Y me habéis abrazado. Y habéis vuelto otro día sólo para ver cómo estoy. Estoy mal. Estoy muy mal. Con las cenas del 24 (madre mía qué bueno estaba todo) pensaba que iba a llegar alguien y no estaría su pedido. Simplemente porque tengo el 90% de mi cabeza en otra cosa. Pero salió bien. Por eso para el 31 se está encargando el chefclienteamigo… Porque siento que mi cabeza no da para más.

Mi abuela murió el 29 de octubre. Era mayor. Se apagó como las velitas. Fui a verla al mar un día y al finde siguiente se apagó. Eso lo sabéis. Lo que no sabéis es que su hijo menor, 56 años, se acababa de curar de un cáncer terrible de pulmón. El 24 le hicieron las pruebas tras la quimio y el 28 los resultados dieron negativo. El putobicho había desaparecido. Un mes y medio después, fue a levantarse y no podía mover las piernas. Lo llevaron al hospital. Tenía metástasis en la médula, el cerebro y no sé cuál órgano más. Fase cuatro. (Luego me enteré que en los cánceres hay hasta cinco fases). Desde entonces, he ido a verle cada fin de semana. En mi día libre. 500 Kilómetros.

En su casa hablamos bajito. Así como dos o tres tonos por debajo de lo normal. De nuestro normal. Su luz se apaga. Se mueve lento, cansado. Agotado. La enfermedad lo está devorando. Cada día que termina me arrancan un hilo de esperanza. Y lo siento. Es físico. Lo siento en medio del pecho. Mi espalda arqueada. Los ojos perdidos. Ya no tristes. Perdidos. Acompañar en la despedida. Y no poder mirarle de frente, a los ojos, por miedo a derrumbarme. Cualquier día sonará el teléfono. Dos meses decían hace unas semanas. Debe ser terrible escuchar cómo la gente a tu alrededor hace planes sabiendo que no vas a estar ahí. Que no vas a estar en ningún sitio nunca más. Hablamos bajito. La enfermedad ha ganado la guerra. Ahora sólo queda esperar que se lo lleve de la forma menos terrible.

En cualquier momento recibiremos la llamada. Hasta entonces y tras ese entonces, es posible que no conteste tan dicharacheramente, es posible que llore, es posible todo… Menos que él vuelva a la vida. Quería pedir perdón y pido perdón porque esta de ahora no soy yo, o soy yo en un momento cruel y atroz. Soy yo quizá más que nunca, desprovista de corazas, sonrisas por doquier y alegrías. Soy yo destrozada. Mi tío no es él ya. Olvida cosas, no reconoce a su propia familia… Y yo estoy al 10%. Vivimos en un sistema llamado capitalismo donde este tipo de cosas se penalizan. Ser humana se penaliza. ¡Porque tienes una empresa y tienes que estar siempre al 100%! ¡Es tu obligación! Pues no cabritas. Mi Cabra Vegana es cualquier cosa menos una empresa capitalista. Si fuésemos varias personas este bache lo cubriríamos entre todas. Pero soy sólo yo. Y necesitaba decir lo que está sucediendo ahora en mi vida porque quizá, quizá no: ya se me han olvidado cosas. No llego ni a escribirlas en el cuaderno. No me quiero extender más. Lo dicho: sólo quería pedir perdón.

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