Ayer fue un día extraño. De vez en cuando suceden cosas que parecen sacadas de películas…
Llegué a la tienda con el berrinche, la tristeza y la amargura producidas por la imagen de aquellos dos bebés en un contenedor. Encendía el ordenador mientras me puse el delantal. -Ya me lo pongo todos los días, sólo me ha costado acostumbrarme 6 meses…- Entra un hombre. Un hombre trajeado, todo él vestido de azul. Azul agua, azul mar. Traje azul, camisa a rayas azules y blancas, corbata azul. Los ojos, azules. Y el pelo blanco. Como las olas del mar. Se sabía la tienda y sabía lo que quería. Irradiaba paz…
Una amiga de mi mujer nos recomendó la tienda y hoy que he traído el coche al taller he venido.
Mientras despachaba los graneles de todos los superalimentos que pedía le conté que estaba triste y que había llorado. Que hoy tendría los ojos hinchados por llorar. Y comenzó a hablarme, no llores, decía…
Yo antes era pescador. Nos comíamos todos los peces que pescaba. Luego ya sólo los pescaba y los soltaba. Hasta que me di cuenta. ¿Cómo es posible que me divirtiese con el sufrimiento de otros seres vivos, causando sufrimiento a otros seres vivos?
No sé si habéis visto la película Big Fish, de Tim Burton, un cuento maravilloso. Una de esas películas que se pueden tocar. Me recuerda tanto, tantísimo a mi abuelo. En ese momento de nuestra conversación y a partir de ahí, bien podríamos haber sido personajes de la película. Quizá desde que entró en la tienda. Con cada palabra, cada frase, aquel hombre vestido de azul llenaba mi pecho de fuerza y estrellas. El miedo, la tristeza, la ansiedad, tornaron en energía y sonrisas. Las cosas grandes tienen principios pequeños. Y aquí estamos, empezando.